Los cuentos de Navidad son relatos que giran en torno a la temática navideña y suelen transmitir valores como la generosidad, la solidaridad y el espíritu festivo. Estos cuentos a menudo se centran en temas como el amor, la compasión, la redención y la importancia de estar con seres queridos durante las festividades.
“Canción de Navidad” (A Christmas Carol) de Charles Dickens, escrito en 1843, “El Cascanueces” de E.T.A. Hoffmann, “La mula y el buey” de Benito Pérez Galdós,… Además de estos clásicos, hay una amplia variedad de cuentos de Navidad que abordan diferentes temas y estilos, desde relatos cómicos hasta conmovedores.
¿Y si nos llevamos estos cuentos al terreno de la prevención de riesgos laborales?
Daniel Jerez, técnico de PRL en PrevenControl y escritor de novela negra, como la reciente ‘El pasado nunca nos olvida‘, nos ha regalado siete magníficos relatos cortos que os queremos compartir durante estos días de Navidad.
CUENTO VI · ‘QUÉ BELLO ES PREVENIR’
por Daniel Jerez Torns
− Su nombre es Oscar. No le conoces pero tranquilo, ya te lo presento yo. Oscar es empresario, bueno, lleva una pequeña empresa que hace cinturones de seguridad para una marca de coches. Cuando Oscar decidió montar la empresa, en el pueblo muchos arrugaron la nariz, pero pasados los años la opinión ha cambiado mucho al respecto: da trabajo a 30 personas y además genera de forma indirecta beneficios, ya que muchos camiones de carga pasan por el pueblo y, con el objetivo de reponer fuerzas, paran, comen y, a veces, compran cosas de las tiendas pequeñas que ofrecen esos productos típicos de la zona.
− Vaya, sí que hace cosas buenas.
− Y más que hace. Oscar es, además de empresario, una de esas personas que dejan huella: generoso, atento y preocupado por el bienestar de las personas.
− Caray, sí que es bueno. ¿Y cuál es el problema, jefe?
− Bueno, Oscar no está pasando por un buen momento. La empresa tiene alguna deudas y Rogelio, el gran capitalista del pueblo, con cuatro fabricas, tres tiendas, dos panaderías y tres hoteles, lleva años detrás de su fábrica. Ahora, conocedor de sus situación, le ofrece comprarle el negocio, sabiendo que Rogelio destrozará la seguridad y salud de la gente que está trabajando. Oscar se siente triste y lleva tiempo que no duerme bien. Es nochebuena. Y ahora está ahí, a punto de cometer una locura.
− ¿Dónde?
− Cerca del paso nivel del tren. Sabe el precio de su seguro de vida y el de la empresa y que eso resolvería los problemas de esas personas.
− Pero, ¡esa no es la solución!
− Lo sé, por eso irás tú y te ganarás las alas, que todavía no las tienes.
Por que es de todos sabidos que los ángeles, para ganarse las alas, deben realizar una buena acción.
Valentín, así es como se llama nuestro ángel, es trasladado de forma inmediata al lugar donde esta Oscar. Aparece detrás, sin que Oscar se dé cuenta. Da la impresión de que dudando. A lo lejos se oye el sonido del tren que se acerca. Entonces, Valentín se coloca delante de él, en la vía. Rápidamente, Oscar toma conciencia que aquel hombre será atropellado por el tren, del cual ya se aprecia la luz delantera.
Oscar agarra la chaqueta del hombre y le tira hacia atrás. A los pocos segundos el tren pasa veloz.
− ¿Qué está loco? Le iba atropellar el tren. Menos mal que le he salvado.
− No, Oscar, soy yo quien te ha salvado a ti.
− ¿Cómo? ¿Qué dice? Y ¿cómo sabe mi nombre?
− Lo sé todo de ti. Soy un Ángel y he venido a ayudarte. Ibas a ponerte delante del tren y te he salvado.
− Tonterías – dijo Oscar aunque no con mucha convicción.
− No es ninguna tontería querer quitarse la vida, más cuando uno es tan bueno.
− ¿Bueno? ¿De qué sirve ser bueno? Otros incumplen las leyes y están forrados. No sé de que sirve. Creo que a lo mejor si no me hubieran tenido como jefe les hubiera ido mejor. Serían más felices.
− ¿Eso crees?
− Sí, mejor no me hubieran conocido.
Valentín miró al cielo y guiñó un ojo. Sabía lo que tenía que hacer. Cerró los ojos y tras unos segundos de mucho esfuerzo, volvió abrirlos.
− Ya está. Oscar, a partir de ahora nadie te conocerá. Nunca te han conocido porque nunca fuiste su jefe.
− ¿Qué ha bebido?
Oscar sonrió ante las ideas locas de aquel hombre. Decidió ir al bar de siempre a tomar una cerveza. Vio que el hombrecillo le seguía, pero desistió de decirle nada.
Al entrar, saludó a Pepe, el dueño, pero éste no le respondió al saludo. Se sentó en la barra y le preguntó como iba todo. La cara de pocos amigos le extrañó y le preguntó que ocurría.
− Oiga, yo no le conozco de nada. Métase en sus cosas.
Oscar se extrañó del comentario, así como del talante agresivo y hosco de Pepe, que le recordaba siempre alegre y risueño.
− Que raro está Pepe.
− Te lo he dicho. Nadie te conoce. Ven, iremos a tu antigua empresa.
− ¿Antigua?
Oscar no quiso discutir con aquel tipo, así que se encaminó hacia su empresa.
Al entrar se extrañó al no ver a Patricia, la recepcionista que llevaba desde el principio con él.
− ¿Qué quiere? – dijo una chica joven con malos modos.
− ¿Y Patricia?
− ¿Aquella loca? Se cogió la baja y no volvió más.
− ¿Por qué?
− Decía que la gente le apartaba y nadie le hacía caso. Cogió una depresión que no veas.
Aquello dejó a Óscar sorprendido. Patricia era una persona muy alegre, siempre daba los buenos días con una sonrisa y era querida por todos.
− No lo entiendo – le dijo a Valentín -, yo no he permitido eso.
− No, pero tú no estás aquí. Ellos tienen otro jefe: tirano, exigente, competitivo y que le importa un pepino el bienestar de su gente. Espera un momento. – Valentín se dirigió a la chica y le dijo que eran inspectores de seguridad que venían a mirar la empresa.
La chica hizo una ademán con la mano para que hicieran lo que quisieran, mientras ella seguía leyendo la revista.
Entraron en el taller y Oscar se quedó helado. Allí habían solo catorce personas trabajando.
Reconoció a Rafael. Estaba trabajando en una de las máquinas más peligrosas. Se acercó a él para saludarlo pero se percató que le faltaba un brazo.
– ¿Qué le ha ocurrido?
– La máquina se lo cortó en un accidente de trabajo
– Tiene un resguardo de seguridad.
– Eso lo pusiste tu. Pero tú no estás como jefe. El que tienen reduce costes en elementos de seguridad.
– ¡Pero eso es una animalada!
Valentín llevó a Óscar a la zona de ensamblaje. Allí estaba Felipe, otra persona alegre y muy de la broma. Óscar no pudo evitar darle una palmada en la espalda para saludarlo, pero se hecho hacia atrás al ver la expresión de ira de Felipe.
– ¿Qué está haciendo? ¿Quién se cree que es para darme ese golpe y qué hace aquí?
– Soy Óscar, Felipe.
– No sé quién es usted pero me acaba de joder la espalda.
– ¿Qué ocurre?
– Tengo lumbalgia crónica. ¿Te parece bien?
Felipe se fue medio encorvado.
– No lo entiendo.
– Es fácil. Tú no existes como jefe y por tanto jamás le facilitaste aquella carretilla para llevar las cargas ni la faja de protección. Felipe lleva años llevando a pulso el peso de la carga y sin protección. Eso ha hecho que su carácter sea más bien…antipático.
Salieron fuera para respirar algo de aire fresco, sentados en un banco.
Y así fue como el ángel Valentín le explicó que Paco, el administrativo que estaba a punto de jubilarse, había muerto por un ataque al corazón por la presión de su jefe y porque no había en la empresa ese desfibrilador que Óscar sí colocó.
Durante ese tiempo se habían dado tres incendios pequeños, aunque uno había provocado quemaduras a un trabajador y cuatro fueron atendidos por intoxicación de humos. Todo por no tener los materiales ignífugos ni las medidas de extinción. El jefe de aquella realidad no había hecho los mantenimientos de los extintores ni de los rociadores, ni de los detectores de alarma. Todo fallaba.
También le explicó que eran continuas las bajas por depresión, ansiedad y estrés. Óscar quiso replicar que él había instaurado un horario flexible de conciliación familiar, actividades fuera del trabajo para potenciar la relación y el compañerismo y además mantenía una estructura organizativa más bien horizontal, pero Valentín le recordó que él no existía para esa gente y que el único jefe que conocían aquellas personas era el que tenían: agresivo, competitivo, sin comunicación, sin importarle las personas.
− ¿Y las personas siguen viniendo a trabajar?
− Claro, tienen miedo de perder el trabajo. Piensa que la empresa pertenece a Rogelio, el gran dueño del pueblo. Si alguien no va a trabajar, no podrá hacerlo en ningún otro sitio del pueblo.
− Pero esto es horrible. No se puede dejar de lado la seguridad. Esas personas sufren lesiones, dolores, daños psicológicos.
− Sí, pero eso es lo que tú hacías, preocuparte por ellos, por su salud. Pero tú no estás.
− ¿Cómo qué no estoy? ¡Déjame volver! ¡Quiero estar con ellos, quiero protegerles, quiero luchar por ellos!
− ¿Qué has dicho?
− ¡Quiero luchar por ellos!
Óscar cayó al suelo de rodillas, llorando de forma desconsolada. A los pocos minutos, su sollozo fue calmándose. Se levantó y se dio cuenta de que estaba solo. Valentín no estaba. Decidió ir hacia la fabrica y al entrar recibió el mejor regalo de todos.
− Buenos y soleados días, Óscar – le recibió Patricia con una gran sonrisa.
− ¡Patricia! Estás aquí
− Claro, ¿dónde iba estar?
Óscar se abalanzó sobre ella y le dio un gran beso en los labios.
− Feliz navidad, Patricia!
Corriendo se adentró en la fabrica y vio Rafael, que tenía los os brazos, a Felipe, que caminaba bien llevando esa carretilla que compró, y a Paco, introduciendo facturas en el ordenador, vivo y coleando.
Todo estaba como antes. Todos seguían con salud y felices. Todos estaban seguros. Y eso era lo que importaba. Los números podían recuperarse, pero la salud no.
Fue uno a uno deseándole feliz navidad y diciéndoles que se fueran ya para sus casas.
Y fue en ese instante que oyó una campanitas. Miró a su alrededor y no vio nada, sin embargo recordó que su madre le había contado que cuando un ángel conseguía sus alas, se oían una campanitas. Sonrió al pensar que Valentín había conseguido sus alas.
Al ver a todos tan contentos, tan sanos y sin lesiones, pensó que bello era prevenir.